Todo lo que voy a contar en este post está basado únicamente en mi propia experiencia y opinión personal y no pretendo suplantar la opinión de ningún profesional.
Qué es la ansiedad
Llegados a este punto entiendo que toda persona que esté leyendo este artículo habrá sentido alguna vez en su vida algún episodio o trastorno de ansiedad. Y como soy malísimo definiendo palabras, haré una breve disertación del tema y dejaré algún enlaces de interés que explican perfectamente qué es la ansiedad y cuáles son sus síntomas.
La ansiedad no es más que una respuesta natural de nuestro propio cuerpo frente a una situación de estrés. Es un sentimiento provocado por el miedo acerca de aquello que está por venir.
De hecho, muchas veces nos sentimos ansiosos. Incluso a diario. Ir a una entrevista de trabajo, el día anterior a un gran viaje, tener que dar una charla ante una multitud de personas…
Es una respuesta natural.
Lo poco natural comienza cuando esos sentimientos son extremos (como por ejemplo, que te impidan llevar tu día a día), ocupen lugar en un espacio de tiempo prolongado (varios meses) o simplemente interfieran en tu vida. Es ahí cuando deja de ser natural.
En mi caso sabía que mis sentimientos eran extremos porque me quedaba recluido en casa, mi familia no conseguía entenderme y yo no comunicaba que era lo que me pasaba. Gran parte del día la dedicaba a mis pensamientos y razonaba conmigo mismo para ver cómo podía salir de aquella prisión mental que sacudía todo mi cuerpo con sensaciones de pánico.
Aquí puedes encontrar más información acerca de la ansiedad.
El día en que la ansiedad llamó a mi puerta emocional
Desde bien pequeño ya era bastante miedoso, aprensivo y muy pensativo, pero no fue hasta tener 16 años cuando sentí los efectos de un ataque de ansiedad.
Días antes de ese ataque había ido a la playa el día entero con mis amigos en un extremadamente caluroso día de abril. No me puse crema solar y, evidentemente, me quemé. Después de la quemadura empezaron a salirme manchas y lunares especialmente en la zona de la espalda.
Así que volviendo al día de mi primer contacto con la ansiedad, el ataque ocurrió justo antes de entrar en el Instituto a mediodía. Busqué en internet que me pasaba por tener esos lunares y encontré que podía ser un cáncer de piel.
Estaba en clase y pensaba que me moría en el doble sentido. Primero porque tenía la sensación de que una pitón invisible me constreñía la garganta y pensaba que me estaba ahogando y segundo porque ya acepté en ese momento que tenía una enfermedad muy grave que acabaría con mi vida.
Siempre recordaré ese día y ese momento…
¿Cómo? ¿Qué yo podía tener un cáncer de piel?
Se me cayó el mundo encima. No sabía cómo reaccionar ni qué hacer. Me dejé llevar por el pánico y no podía respirar en clase. No sabía que esos síntomas eran por la ansiedad, pero en ese momento pensaba que iba a desmayarme en cualquier momento.
Estuve como 2 meses realmente mal. En casa, sin querer salir, sin decir nada a nadie. Cada día que pasaba era peor y él pensar que nadie podía ayudarme no acompañaba. Después de ir a varios médicos y con el tiempo supe que no tenía cáncer de piel. Pero el daño ya estaba hecho, sobretodo por dentro.
A partir de ahí y durante muchos años la ansiedad me ha acompañado y mi estilo de vida paso a ser totalmente en confort, vigilando que no me diera el sol y con un constante miedo a morir.
Cómo es vivir con la ansiedad
Vivir con ansiedad es una mierda. Sé lo que es de primera mano.
Desde los dieciséis años hasta prácticamente los veintiuno he estado viviendo con los síntomas a niveles elevados. Sobretodo los 3 primeros años fueron los mas extremos y con los que consigo sentir escalofríos cuando recuerdo todos esos días de reclusión en casa y desear que la noche pasara lo más rápido posible.
La noche era el peor momento para mí. En mi caso los síntomas que sufría eran:
– Dificultad para respirar: era por la noche y me tumbaba en la cama para intentar dormir pero en ese momento sentía que me faltaba aire y necesitaba respirar con mas fuerza. Las primeras veces pensaba que iba a desmayarme, luego entendía que es algo totalmente normal. Aún así, necesitaba coger mucho aire con la boca.
– Insomnio: hasta que mis ojos y mi cuerpo no estaban 100% cansados no podía dormirme. Era imposible. Así que mi hora de dormir era sobre las 05:00. Después tenía que ir a la universidad con todo el cansancio que llevaba encima.
– Temblores: aún conservo mensajes que le enviaba a mi madre de que mi mano derecha temblaba sola a lo largo del día y que podía ser. Pensaba que podía sufrir de algún daño cerebral o incluso párkinson.
– Perder el control: pensamientos de que me estaba volviendo loco, podía pasarme algo grave o que yo perdiera el control y hacer algo que no quería era constantes. Todos los días.
– Palpitaciones: podía oír como mi corazón latía muy fuerte y resonaba dentro de mí.
– Irritabilidad: cuando algo no te sale, como por ejemplo salir de aquella maldita situación, estás mucho más irritante con todo y no quería que nadie me molestara, solo quería que esas sensaciones tan desagradables se fueran.
– Tristeza generalizada, apatía, miedo constante, picores, erupciones...
Vivir con ansiedad es algo que sólo las personas que lo hayan vivido saben realmente qué se siente
Significa estar impedido durante gran parte del día.
Es permanecer en un bucle constante difícil de salir.
Representa que todos los días van a ser duros.
El foco de mi ansiedad estaba en el miedo a morir, temor a enfermar o poder sufrir cualquier enfermedad grave. Yo no quería morir, así que me limitaba a hacer poca vida, encerrado en casa y dejando en mi cuarto un importante problema de acumulación de basura con el que tuve que acarrear con mi compañero (y propietario) del piso.
Joder, cualquier noticia que veía en la tele relacionada con esa enfermedad, cualquier película en la que alguien moría por algún tipo de enfermedad, necesitaba marcharme y dejar de ver esas cosas. Todo aquello que hablara de muerte, sencillamente, no podía verlo.
Durante mis años de ansiedad desarrollé un buen Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) e incluso era bastante hipocondríaco. Digo bastante porque jamás llegué al extremo, pero sí estaba preocupado todo el tiempo porque no me pasara nada malo.
Cabezonería pura
Pese a que las pruebas decían que no sufría de cáncer de piel, yo pensaba todo lo contrario. Se habían equivocado conmigo. Yo sentía que era ese caso especial que siempre era la excepción, conmigo se equivocarían de diagnóstico y acabaría saliendo en las noticias de un chico muerte por un error de algún médico.
Cada día me revisaba la espalda, viendo mis lunares, maldiciendo aquel día de playa en abril con dieciséis años.
Cada día revisaba mi cuerpo porque ahora cualquier cosa podía ser grave. Y es que entre los 16 y 18 no paraba de ir al médico. Tenía un bulto en el cuello y necesitaba ir a que me hicieran una ecografía, me dolían mis partes bajas y fui al urólogo. Ahora cualquier cosa que me pasara la maximizaba y la exageraba. Cualquier novedad en mi cuerpo representaba un potencial peligro.
Y cómo no quería morirme, era mejor vivir seguro.
Siempre me ha gustado vivir la vida, experimentar con lo desconocido y probar cosas nuevas. Pero, con la ansiedad, todo eso cambió a un tercer plano y lo que más quería era sentirme seguro y esperar a que se fuera esa sensación algún día. Me rendí y vivía al 100% con miedo.
Como resolví mis problemas con la ansiedad
El título de este post es «porqué la ansiedad es una putada y cómo hice las paces con ella».
Ni la ansiedad es una putada ni jamás he hecho las paces al 100% con ella. Me explico.
La ansiedad es un toque de atención que me está diciendo que algo no va bien, significa que no estoy viviendo cómo quisiera vivir y me he dejado rendir por el miedo. Los síntomas de la ansiedad aparecen para decirme qué tengo que espabilar y ponerme a mejorar. Representa una oportunidad.
No lo entendia al principio, y siendo sincero, tampoco lo entendía durante mucho tiempo. Sólo quería que desapareciera.
Pero, ¿cómo va a desaparecer algo si yo no soy capaz de mejorar esa situación?
Yo solo quería que se fuera, que se marchara esa sensación desagradable. Pero ella estaba ahí, noche tras noche para recordarme que tengo que afrontar ese temor a lo desconocido.
Mi ansiedad estaba ahí para recordarme que me rendí a una vida de miedo, caos y miseria espiritual.
Tampoco he hecho las paces al 100% con ella porque, sencillamente (y desde mi punto de vista NO PROFESIONAL), no se puede hacer las paces al cien por cien. La ansiedad es un mecanismo de defensa propio nuestro y es imposible evitarlo al cien por cien. Y me costó meterme este pensamiento en la cabeza. La ansiedad es algo positivo. Y el hecho de desear que desapareciera por completo, resulta que ese pensamiento me hacia sufrir y me generaba más ansiedad.
Una pelea constante
He probado muchas maneras de lidiar con mi trastorno de ansiedad. He visitado psicólogos/as, he leído libros, técnicas de respiración y escuchado personas que lo hayan superado…
Como todo en la vida hay diferentes formas y herramientas para afrontar un conflicto. Y, posiblemente, todas funcionen.
No soy nadie para decidir cuál es la mejor forma pero si puedo decir qué principios básicos son los que más me han funcionado a mí y mis problemas de vivir con miedo y temor a morir.
Aceptar lo bueno y lo malo
Antes siempre rehusaba, huía de cualquier emoción negativa como el miedo, la tristeza… ¡No quería sentirlos! ¿Porqué sentirlos?
Desarrollé una especie de miedo al miedo.
Pero comprendí que la vida no entiende de emociones. Vivir la vida significa sentir dolor, alegría, tristeza, ira…
Así que hice un esfuerzo constante de aceptar cualquier emoción y tratarla, en mi interior, como una invitada muy especial.
Entender y aceptar la muerte
La muerte era el problema por el que me ponía tan nervioso. Así que me he preocupado de hacer un ejercicio constante y repetirme a mí mismo «Muerte, te acepto».
He repetido esa frase muchísimas veces y en muchas situaciones.
Dejar de vivir desde el miedo y afrontar lo desconocido
En 2017 viví una experiencia tremenda con un brownie. De aquella noche tan neurótica saqué una conclusión de lo más delirante. «Deja de vivir con miedo», eso fue lo que me dije. Una frase que se quedó grabada en mi mente y podía verla tan nítida que casi podía tocar las letras con mis manos.
Evidentemente sabía desde siempre que vivía con miedo y no hacía las cosas que realmente quería hacer (como vivir aventuras o experimentar con todo aquello que llame mi curiosidad) y aunque había intentado en el pasado mejorar esa perspectiva de la vida, lo cierto es que después de esa experiencia comencé a ponerme «manos a la obra» de una forma mucho más comprometida.
He entendido que el miedo siempre ha sido el gran problema de mi crecimiento personal.
Así que, dejé de rendirme ante él y comencé a afrontar aquellas cosas que me aterraban. A día de hoy, sigo haciéndolo y puedo decir que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu están más en paz que nunca.
Desde que he empezado a hacer cosas con las que ni en sueños me atrevía, he mejorado en muchos aspectos de mi vida: salud, amigos, relaciones, espiritualidad…
Amor, amor y más amor
El amor es tan básico como comer y respirar. Pero parece que tenemos esa palabra en una alta estima sólo reservada para las personas más especiales. Pues yo no quiero dar sólo mi amor a una chica. El amor puede estar presente en todo.
Ver las cosas desde ese prisma, abriendo mi corazón a todo lo que me rodea ha conseguido que sufra mucho menos y viva mucho mejor.
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