¿Cuál es el desafío?
Volar en una avioneta.
¿De qué estás asustado y por qué?
De que haya un fallo y vaya directo al suelo.
Los movimientos y las sacudidas de los aviones, cuando siento uno pienso que nos vamos a estrellar.
¿Qué tal ha ido la experiencia?
Antes no tenía miedo a volar pero la televisión que muestra ese 0,0001% de accidentes de avión consiguió que empezara a creerme que si me subía a uno pasaría cualquier cosa.
Y para una mente temerosa basta con coger ese pequeño dato para pensar que el siguiente avión que voy a coger «yo voy a formar parte de ese 0,0001%».
Así que en los últimos años los pocos viajes que he hecho han sido priorizando el transporte por tierra.
Pero si lo que busco es vivir aventuras por el mundo, tarde o temprano tendré que volar. Poco porque me gusta viajar lento, pero aún así en algún momento habrá que hacerlo.
O incluso, volar en avioneta.
Por ejemplo, hace unas semanas me inscribí al proyecto «Antarctic Sabbatical» organizado por Airbnb y Ocean Conservancy donde buscan a 5 personas para ir a la Antártida para participar en labores de muestreo y recogida de diferentes capas de hielo y comprobar si los microplásticos han llegado también a la Antártida, todo ello liderado por una respetada científica.
Y para llegar al continente helado es necesario ir en una avioneta. Así que no me lo pensé y dije «tengo que volar en avioneta».
Salí de la ciudad de Sevilla en una soleada mañana rumbo a Aerohispalis, un pequeño aeródromo con mucha historia regentado por Emilio, un hombre apasionado por el mundo de la aviación.
El recinto era muy pintoresco, todo muy bien cuidado y la cantidad de detalles que había me acercaron un poco más al mundo del aire y los aviones.
En el hangar había unas cuantas avionetas, la más interesante era de color gris (se puede ver en el vídeo). ¡Es de los años 40!
Después de charlar con Emilio y contarle el proyecto de 50 Primeros Miedos nos preparamos y nos subimos a una pequeña avioneta de color azul y amarillo con unos grandes ventanales.
Me sorprendió saber que algo tan pequeño es capaz de ir desde Sevilla a Barcelona en 4 horas y sin parar a repostar, ¡GUAU!
Seguíamos en el suelo y Emilio me explicó el funcionamiento básico de la máquina y algunas cosas muy interesantes que me hicieron sentir más a gusto.
Stárter encendido, bombeo de gasolina encendido, potencia controlada, freno de mano echado… las hélices comenzaban a moverse y el ralentí de la avioneta hacia mucho ruido así que era necesario ponerse los cascos para comunicarnos.
Nos dirigimos al inicio de la pista y el ruido cada vez era más fuerte. El viento venía de cara y estábamos a punto de coger velocidad y despegar.
Ya no había vuelta atras.
Cogimos velocidad y rápidamente empezamos a tomar altura. El altímetro subía rápidamente; 100 pies ahora 500 y dejamos de subir llegados los 1000 pies, unos trescientos metros.
Volar en una avioneta es totalmente diferente a estar dentro de un avión comercial.
Las sensaciones, las vibraciones, todo es más puro y vivo. Todo se siente más. Donde antes había miedo ahora había emoción. Aunque, seguía nervioso por los bruscos movimientos de lado a lado pero también de arriba a abajo.
El instructor me explicó que el cambio de temperaturas (el suelo estaba caliente porque el sol de mediodía lo calentaba y el aire de arriba estaba frío) generaban corrientes con las que el avión tendía a sacudirse.
De la misma forma que un barco tiene que corregir la trayectoria o una moto necesitas hacer rápidos movimientos para equilibrarte, con un avión pasa exactamente lo mismo. Y no lo entendí hasta el día en que volé en una avioneta.
El aire, dijo Emilio, es un fluido. Como el agua. Así que esas reacciones que tenía la avioneta eran algo tan normal como en cualquier vehículo.
Gracias a esa explicación lo entendí, y de pronto, empece a sentirme seguro, aparté el miedo y acepté que si podía venir algo malo podía venir pero ahí mi mente se dejó llevar y disfruté de las sensaciones.
Pude empezar a comprender la belleza de volar.
Le conté al instructor que mi abuelo fue planeador (significa que eran pilotos de aviones sin motor y con las corrientes de aire podían planear) así que él desconectó la potencia del motor y dejamos la avioneta a ralentí.
¡Ahora dependíamos de las corrientes y prácticamente estábamos planeando!
«Esto es lo que sentía tu abuelo Mauri, bueno, incluso más puro porque nosotros estamos escuchando el ralentí»
El motor no empujaba, fluíamos con el aire. Lentamente íbamos descendiendo y me sentía bien.
Aterrizamos y me sentí genial.
Ahora puedo decirle a mi abuelo que no sólo he subido a una avioneta también la he pilotado 😁.
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