¿Cuál es el desafío?
Recorrer el Camino De Santiago, haciendo el camino del Norte, con mi hermano Octavio y mi amigo Erick.
¿De qué estás asustado y por qué?
Temor al sol, la incertidumbre sobre dónde dormiríamos, temor a sentir soledad, perderme…
¿Qué tal ha ido la experiencia?
«Si bien es cierto este desafío lo hice con 18 años y es anterior a la creación del proyecto «50 Primeros Miedos», creo que merece su puesto en la lista»
Lo cierto es que, para relatar toda la experiencia de aquella aventura podría escribir más de un post, aún así, si tuviera que resumir aquella experiencia sería con dos palabras: montaña rusa
Recuerdo las ganas que tenía de vivir aquella aventura, habíamos terminado nuestros bachilleratos, era verano, y meses atrás dijimos de recorrer la parte norte de España.
No lo pensamos ni planeamos mucho, simplemente compramos lo necesario y cogimos autobuses dirección Vitoria.
La ilusión era llegar a Santiago, pero el verdadero espíritu era recorrer España a pie sin importar el destino. El objetivo (al menos en mi caso) era hacer un viaje de aventura, llegara o no a Santiago.
Toda esa alegría, ilusión y júbilo fue disminuyendo en el primer y segundo día donde había que caminar por la noche, aguantar el sol de la mañana y dormir en sitios inesperados. Se juntaron demasiadas emociones negativas en tan pocas horas y en el segundo día me vine completamente abajo.
Lo recuerdo tan bien…
Habíamos llegado a un pequeño pueblecito, nos tocaba descansar y recuerdo como el pánico invadió todo mi cuerpo; no sabía que hacía ahí, me sentía aislado, tenía miedo, y solo había comenzado. Emocionalmente no estaba bien.
Y es que, antes del propio viaje yo estaba atravesando mi propio viaje psicológico/emocional, tratando de gestionar (o por lo menos convivir) con mi obsesión por el sol, después de sufrir una grave quemadura solar dos años atrás y que desencadenó un enorme temor al sol y una leve hipocondría. Para qué se entienda fácilmente, estaba completamente seguro de que estaba desarrollando una enfermedad grave, pues tras la quemadura algunos de mis lunares cambiaron y me salieron muchos otros, junto con otros síntomas en otras partes del cuerpo.
Ciertamente, sufría de un episodio prolongado de ansiedad y al mismo tiempo estaba deprimido por maldecir aquél día en el que me quemé tan fuerte con el sol.
En aquellos momentos, no me encontraba nada estable mentalmente, no sentía ningún tipo de paz dentro de mí y mi obsesión por la salud era evidente. Mis días eran encerrarme en casa y hacer todo lo posible para no dejar entrar mis pensamientos negativos, cosa que, siempre acababan entrando. De igual modo, apenas salía pues eso significaba tomar el sol y para aquél entonces mi miedo a los rayos de sol era bastante incapacitante.
Este viaje iba a poner en jaque todos esos miedos que ya acarreaba. Recuerdo bien, y visto desde la perspectiva del ahora (muy diferente a la de aquel antes) era la de una persona rota emocionalmente, entrando de lleno en una montaña rusa emocional.
Era inevitable sentir las cosas que sentiría aquellos días. Era, incluso, obligatorio.
Con ganas de volver a mi casa, resistí aquella noche y los días siguientes comenzaron a mejorar. Aún así, los altibajos emocionales eran a diario y, en parte, no me dejaron disfrutar de los paisajes, las personas, mis compañeros…
Lo bueno de este tipo de viajes es que te obligan a enfrentarte a ti mismo, a tus pensamientos, la forma en la que afrontas las cosas…
No hay escapatoria.
Estás obligado a reflexionar e indagar sobre ti mismo, hasta lo más profundo. Y, en esos días, viví una completa terapia de choque.
A todo ello habría que sumarle que a partir del 3er día comencé a tener una diarrea como nunca antes la había tenido, y que duraría bastantes días, culminando con una visita al hospital en Santander.
Ya era delgado de por sí pero con esa diarrea que me hacía liberar a willy unas 4-5 veces diarias, a cada día que pasaba me volvía más delgado, sin fuerza y sobretodo con muy poca energía.
El día tope vino cuando llegamos a la ciudad de Santander. Decidí acercarme a una farmacia y explicar lo que me estaba sucediendo. La chica que me atendió me recomendó unos medicamentos y me sugirió que debería de haber ido a una farmacia días antes.
Después de eso, llegamos al albergue y necesitaba, como no era otra, ir al váter y soltar el poco lastre que me quedaba en el cuerpo.
Pero esta vez era diferente. Mi diarrea era completamente roja. Como si fuera sangre. Ahí me asusté de lo lindo y me fui directo al hospital con mi amigo Erick.
Allí me hicieron algunas pruebas y concluyeron en que mi episodio de diarrea estaba terminando. Según el doctor, en dos días o menos iba a estar todo bien. Dicho y hecho, fue así.
La cosa mejoró y mi estado de ánimo también iba mejorando. Me embadurnaba de crema solar y trataba de llevar prendas que me taparan sobretodo el torso. Mis piernas cogieron algo de color y era la primera vez en dos años que volvía a coger algo de color.
En aquellos momentos no era consciente del maravilloso recorrido que estábamos haciendo. Playas, pueblos de encanto, acantilados que te quitan el aliento, parajes verdes sumados con el océano de fondo, animales pastando en libertad, el aire fresco y salino, la compañía…
Todo era maravilloso y ciertamente tenía muchos momentos donde me olvidaba de que me sentía inestable, pero aún así el Mauri juguetón estaba presente.
Por supuesto las marchas eran largas e intensas, el Camino del Norte es conocido por ser precioso a nivel paisajístico pero si no tienes entrenamiento previo (como era mi caso) no dejan de ser largas caminadas con alguna que otra subida pronunciada. Yo también fui un poco insensato y llevaba una mochila de tamaño sideral, llena de cosas que prácticamente ni usaba. Allí aprendí que las mochilas pesadas realmente se convierten en un lastre.
De hecho, podrán apreciar unas bandas rosas detrás de mi cuello, y esto se debe a una marcha maratoniana de un día en el que recorrí una distancia bien larga, con esa pesada mochila, pude sentir esa «torticolis» en mi rígido y dolorido cuello. Sin embargo al llegar a un albergue muy famoso (la cabaña del abuelo Peuto) allí había un servicio de fisioterapia y me quitaron gran parte del dolor para poder continuar los siguientes días.
Lo cierto es que durante toda la travesía, los 3 chicos que íbamos juntos, cada uno hacía ese viaje por sus propios motivos. No puedo aventurarme a decir cuáles eran sus motivos, pero si me atrevo a decir que cada uno difería mucho del los motivos del otro.
En mi caso lo tenía claro; una vez iba a poner un pie fuera de mi zona de confort, de mi casa, ya era un logro. No me importaba la distancia, ni la velocidad, ni tan siquiera la magia del lugar. Lo que verdaderamente me importaba era desafiarme a mí mismo y lograr mejorar mi estado de ánimo, mi paz que en aquél momento iba y venia cada treinta minutos. Mi objetivo era poder volver a ser ese Mauri de siempre, juguetón y con ganas de aventura y disfrutar con sus amigos. Mi objetivo era tratar de enfrentarme a mis pensamientos tan negativos que sabía iban a aparecer durante la travesía, y poder salir airoso de ellos. Por supuesto, las ganas de viajar, de conocer lugares y de recorrer una larga distancia caminando también estaban ahí, en mi cabeza, pero debo reconocer que esto último no era mi prioridad.
Y cómo cada uno tenía su prioridad, Erick, Octavio y yo en muchos momentos nos separamos. Recuerdo perfectamente un día donde cada uno emprendió su rumbo sin saber exactamente en qué momento de los siguientes días volveríamos a vernos. En mi caso vi que si hacía un desvío, podía visitar el museo jurásico de Asturias. Y como amante de «Jurassic Park» que soy, no me lo pensé y hice unos kilómetros extra para poder visitarlo. Ese día lo pase solo completamente y disfruté mucho de lo que ofrecía el centro.
Los días pasaban y no dejábamos de pasar por lugares fascinantes. Y es que, en cosa de un instante te encuentras caminando a la orilla del mar, mientras todo el mundo disfruta de su ambiente soleado y nosotros con las botas y las mochilas, avanzando hacia acantilados, pueblos de encanto y algún que otro monte. El Camino del Norte desde luego fue una opción perfecta para viajar y conocer las maravillas que ofrece el norte de España.
Llevábamos unos 13 días de caminatas cuando nuestros caminos se separaban. Mi hermano Octavio debía regresar a Barcelona, Erick decidió continuar hasta el final y yo debía bajar a Sevilla pues tenía que hacer el examen para sacarme el carnet de conducir (una fecha con la que no contaba que me dieran en ese momento pero era esa o no había más pues era verano y todo se paralizaba).
Así que yo me detuve en Gijón, pasé la noche en la ciudad recorriendo sus calles y su playa mientras hacía balance de todos aquellos días.
Han pasado 10 años desde aquél momento y ahora lo recuerdo todo con una ternura y un cariño desbordantes. Sin embargo, regresando a esos días, dentro de mí vivía sensaciones agridulces. Estaba agradecido y orgulloso de haber hecho un viaje así a pesar de que emocionalmente y mentalmente me encontraba muy inestable. Y el hecho de saber que iba a enfrentarme con mis miedos cara a cara, me hacía sentirme orgulloso de ello. Encontré muchos momentos difíciles para mí, pues aunque desde fuera solo se me viera «un poco ido», por dentro, libraba batallas conmigo mismo.
Sin embargo, supe que hacer ese viaje me iba a dar herramientas y fortaleza mental y estaba completamente agradecido por ello. Y ahora que lo pienso bien, aún me falta el tramo desde Gijón hasta Santiago. ¿Habrá que acabarlo entonces verdad?
Deja una respuesta